El cáncer es un poco o un mucho como Tetzuo: muerto por excedente de sí mismo; expandirse hasta no poder contenerse y desaparecer. Hoy, la furia que no logro contener comienza a golpear a los que me rodean. No lo puedo evitar; harto estoy. Harto de la contención. Antes -tiempo pasado- la escritura como la llave que se abre y permite la salida de absolutamente todo -como describía, más o menos, sus arranques de creatividad Henry Miller-, esa escritura semiautomática que sale a borbotones, me salvó de mi mismo por un tiempo: de mis manos, pensamientos, ideas, miedos, sueños de todos eso que atromenta y ofusca. Esa oscuridad encontraba fuga, despresurizaba el alma y la mente. Pero un mal día ese "cáncer que padece mi mente" nubló al ser que luchaba por no desaparecer y permitió que emergiera y tomara el control ese otro que desea aniquilarlo todo: el demonio a quien tanto reprimí siendo buena gente y regalando sonrisas.
Una buena noche salté del balcón de mi hogar al vacío.
Ayer mi gata dio un mal paso y cayó siente pisos al vacío. No salió ilesa. Se fracturó ambas patas. En este momento me doy cuenta que esa gata y yo tendremos ya un tema de conversación. ¿Habrá muerto por un instante como creo que morír yo? Se llama Momo.